martes, 17 de julio de 2012

DESPLAZADOS - CRONICA

  (Recomendado)

Es un día lunes del año 1997 en la ciudad de Bogotá, me encuentro en el Centro Internacional, cerca al Museo Nacional, hace mucho frío, y cae una llovizna pertinaz  que nos hace sentir el deseo de tomar algo caliente. Aprovechamos que es la hora de almorzar para salir a buscar el restaurante donde siempre lo hacemos, somos varias compañeras que trabajamos en uno de los  bancos que están en este importante sector de la ciudad.
Ese día nos sorprendió mucho ver en la esquina del edificio a una joven familia que supusimos eran campesinos,  compuesta por una pareja sencilla y humilde, por la ropa que llevan notamos que son provenientes de alguna zona de clima caliente. Con edades aproximadas entre 30 y 28 años, tal vez menos, con tres hijos pequeños, de quienes adivinamos tienen entre  cinco, tres y un año de edad. Un niño el mayor, y otras dos niñas, la más pequeña en los brazos de la madre, pues aún no camina.
Ellos estaban sentados en el suelo, arrumados para conseguir algo de calor, no podían disimular la angustia, no decían nada, bastaba con mirarlos para saber lo que les pasaba.
Con vergüenza y timidez recibían la ayuda de la gente que pasaba, nosotras teníamos curiosidad, deseábamos conocer su historia, no porque fuera un caso raro, porque en nuestro país la mendicidad se ve por todos lados, sino porque nos llamaba la atención ese cuadro triste que ofrecían.
Al mirar sus rostros podíamos ver su tristeza, su inocencia, su timidez y la vergüenza que tenían de estar ahí, ese análisis que hicimos en silencio sin decirnos nada, nos  provoco preguntarles porque estaban ahí y que les pasaba.
Nos dimos cuenta que era una bonita familia campesina, que no estaban ahí por su gusto, sino porque las circunstancias sociales de nuestro país los había obligado a abandonarlo todo, y ahora estar encajados en ese grupo bautizado como "desplazados"
Para salvar sus vidas, tuvieron que arriesgarse a venir a la ciudad, que como un monstruo gigante los tenía asustados y con ganas de destruirlos.
“Es la guerrilla, son los paras, son los narcos, no sabemos bien cuales son unos y cuales son otros, sólo sabemos que ellos  nos quitaron nuestra casa, mataron a varios familiares y también querían nuestras vidas... sino les dejábamos nuestras tierras, nuestras casas y animales…. lo perdimos todo, pero era eso o la vida”.
Temblaban de frio y tenían hambre, el poco dinero que habían traído ya se les había acabado, hacía dos días que deambulaban por las calles. Durante los primeros días pudieron dormir en un hotel mediocre, ahora no sabían donde hacerlo, les han dicho que hay un lugar donde duermen las personas que viven en la calle y que por poco dinero pueden conseguir un rincón, para por lo menos no dormir bajo la lluvia.
Nos pusimos de acuerdo con nuestras compañeras y decidimos que al otro día les traeríamos ropa, comida y algo de dinero,  les dijimos que íbamos a estar pendientes de ellos.
Así pasaron varios días, ellos recibían la ayuda de  la gente que trabajaba en ese sector, y con eso, es probable que hayan podido dormir bajo  techo en algún lugar.
Después de varios días el señor apareció con una caja para limpiar calzado, la había comprado con algún dinero que había reunido, pensaba que algo podía ganar limpiando y brillando los zapatos de los señores que transitaban por este lugar.
Esa pequeña esperanza no les duro mucho tiempo…… no los volvimos a ver. Unos días después supimos lo que les pasó.
Una tarde iban de regreso al lugar donde pasaban la noche, y fueron asaltados,  él fue apuñaleado para robarle la caja y las pocas monedas que había conseguido.
La señora no se separó de él mientras estuvo en un hospital de caridad, nos decía que tenía mucho miedo de andar sola por esas calles, que sin él se sentía desprotegida, pero las heridas que le causaron fueron graves y nada pudieron hacer para salvarlo, el esposo y padre….. murió.
 Seguimos viendo a la señora con sus tres niños, sentada en el mismo andén, algunas veces lloraba, pero después de un tiempo ya no lo hacía, su cara cada vez era más inexpresiva, su mirada muchas veces se perdía a los lejos, creemos que  había decidido no luchar más y dejarse llevar.
Nos contaba que tenía que dormir en la Calle del Cartucho, que tenía que soportar todo lo que querían hacer con ella los delincuentes y drogadictos que vivían allí, que temía por sus niños.
Hubo personas con buenas intenciones que acudieron a no sé que entidad del gobierno pidiendo ayuda, pero nadie escuchó.... y los días pasaban, y ella seguía con sus niños en las mismas condiciones.
Un día cualquiera, salimos a almorzar como siempre lo hacíamos a la hora del medio día, y ella estaba llorando, sentada en el piso, y tenía en sus brazos a la niña pequeña y  sobre sus piernas la otra niña, el niño no estaba..... ¿Que pasó? le preguntamos.... ¿porque llora? ¿donde está el niño?
“Un carro negro que avanzaba despacio, paro al frente mío y una mujer se bajo… creí que venía a ofrecerme ayuda, pero  no era así, alzo en sus brazos a mi niño y sin decir nada, se lo llevó....”
Que impotencia se siente, que dolor, porque tiene que pasar esto, la tristeza fue tan grande que las lágrimas rodaron por nuestras mejillas, que rabia contra todo esto, con la gente, con el gobierno, contra el sistema, contra nosotras mismas, que permitimos tantas injusticias.... Dios.... ¿hasta cuando esta mujer soportará tanto dolor?
Debía colocar el denuncio ante las autoridades, había gente que vio lo sucedido, y ella fue donde le dijeron, hizo lo que podía hacer, pero nadie la escucho, había que esperar, y esperando se quedó, porque el tiempo pasó y de su hijo nunca jamás supo nada, hasta que el dolor la venció y tuvo que resignarse a saber que había perdido a su esposo y a su hijo.
 La seguimos viendo, ya no caminaba, arrastraba los pies, si alguna vez nos sonreía, ya no lo hacía, llevaba en sus brazos a la niña más pequeña y la otra caminaba agarrada de su vestido.
Esta mujer era diferente a tantas que ejercen la mendicidad, ella no sabía hacerlo, tampoco sería capaz de volverse delincuente como tantas, o dedicarse a la prostitución, esa diferencia fue la que nosotros percibimos la primera vez que la vimos.
Ahora esta mujer era un ente, la piel seca, casi pegada a los huesos, muy delgada y desgreñada, con la ropa sucia y casi descalza. Los primeros días que la vimos nos pareció bonita, era una campesina de  piel blanca y cabellos claros, su esposo también tenía los mismos rasgos, y por supuesto los niños eran hermosos, por su acento dedujimos que provenía de la zona paisa del interior de nuestro país.
Había días que la veíamos y otros no, no dejamos de darle nuestra ayuda, y muchas personas lo hacían, pero como todo en esta vida se vuelve costumbre, también nos acostumbramos a verla y a conformarnos con ver como transcurría su vida, al fin y al cabo no era la nuestra.
Pero, tal parece que esta mujer aún tenía que vivir más desgracias, y nuevamente ocurre lo mismo, nuevamente y sin saber si las intenciones son buenas o malas, un día cualquiera estando en el lugar de siempre, se le acerca una mujer y le dice que le dé a su hijita que ella la cuidará, ella lógicamente se niega, pero la mujer le quita la niña, la más grandecita y tomándola de la mano corre hacía un carro y la sube y desaparecen entre el tráfico.
Ella sin fuerzas grita pidiendo ayuda, que nadie le presta, indiferentes le preguntan que le pasa, pues supuestamente nadie se dio cuenta de nada.
Es tanto el dolor y la angustia que esta madre siente, que cae desmayada, pero ni siquiera esta situación conmueve a nadie, pasan por su lado sin importarles. La hijita pequeña llora prendida de su madre, que aún esta desmayada, de pronto algún vigilante que ha estado observando llama a la policía y vienen a ayudarla cuando ya nada se puede hacer.
Nuevamente le dicen que debe acudir a la policía a colocar un denuncio por el robo de su hija, y ella lo hace pero sucede lo mismo, debe esperar, hay que investigar.
Lo cierto es que ella está sola no tiene a nadie que le preste ayuda, no tiene valor para hacer nada, y seguro que sólo vive por su pequeña hijita que aún no camina.
Su familia estaba compuesta por cinco personas y ahora tan solo quedaban ella y su niña pequeña, ella dice que hubiera preferido morir a manos de los que les quitaron todo, porque hubiera sido una muerte rápida, pero esto que le ha tocado vivir es la muerte gota a gota,  que si no fuera por su hijita… encontrar la muerte sería lo mejor que le podía pasar.
Pasó poco tiempo para que ya nunca más la viéramos, no sabemos que pasaría con ella.  Nos contaba los últimos días que temía que le quitaran a su pequeña, que si eso llegara a suceder, ella se quitaría la vida, pues ya nada tendría importancia para seguir viviendo.
Creemos que vivían en  la Calle del Cartucho, o allí pasaban las noches, nos decía que era horrible vivir en ese lugar, pero que no tenía más a donde ir, al menos allí podía dormir bajo techo en alguna casa vieja…. que cada vez corría más peligro tanto ella como su niña.
Y así pasaron los días y los meses, nosotros no la olvidamos, siempre esperábamos encontrarla en el andén donde siempre estaba, pero por lo visto ya no volvería más, y así fue ya nunca más volvió.
Haciendo una reflexión sobre la historia de esta familia, debemos pensar que, como ellos, son miles los que llegan a nuestras ciudades principales con la idea de hacer una nueva vida, pero eso puede suceder muy pocas veces, porque en las ciudades somos indolentes, indiferentes, y ya es costumbre ver a familias enteras de desplazados viviendo en las calles.
Lo peor es que pensamos que estos son problemas que le atañen solo al gobierno, que son ellos los que deben solucionarlos, y mientras estamos divagando de quien es la responsabilidad, muchas familias como la de esta historia, están siendo destruidas por la  injusticia, el abandono, la indiferencia, terminando muchos en la drogadicción y la delincuencia, especialmente los niños y jóvenes.
Hago un elogio a esta mujer que conocí, una campesina sencilla, madre buena, esposa valiente, porque uno tiene que ser muy valiente para soportar todo lo que a ella le sucedió, nunca supimos como terminaría su vida, o puede ser que aún esté viva y que la vida le haya retribuido en bondades todo su sufrimiento, es probable que sus hijos estén bien, muy seguro nada recordarán pues eran muy pequeños, que los hayan ubicado en hogares buenos y que hayan encontrado otros padres que al igual que los propios les hayan brindado mucho amor.
Las lágrimas han corrido por mis mejillas escribiendo esta historia, pero siento que era un deber hacerlo, porque siempre mi conciencia me lo ha reprochado, creo que pude haber hecho mucho más de lo que hice, ahora me quedo algo tranquila porque quien lo lea puede llegar a entender un poco más el problema que día a día se vive en las calles de nuestras ciudades, con personas a quienes muchas veces juzgamos y rechazamos, que están ahí, en los semáforos, en los andenes luchando por vivir, no siendo culpables de lo que les pasa, los culpables tan solo son los que están sentados dirigiendo un país que socialmente esta cada vez peor, mientras que los corruptos sacan provecho de esta situación.

Escrito por : María Consuelo Idrobo
Cali, Julio 2012